Cuando surge una herida- cuando nos lastimamos el cuerpo, por ejemplo- se desencadena una reacción biológica natural, que necesitará diversos recursos para poder curarse: medicamentos, conocimientos, ayuda profesional si es necesaria, atención y tiempo de reposo, entre muchos otros. Si aceptamos la situación y nos acompañamos a atravesar este proceso, con el transcurrir del tiempo, se formará una cicatriz, que nos indicará que el cuerpo está curado. Si en cambio hacemos como que nada pasó o no nos ocupamos correctamente, la herida puede incluso agravarse y desencadenar en el futuro, nuevos y mayores conflictos.
Por supuesto, la complejidad de este proceso depende de diversos factores tanto internos como externos, como la profundidad de la herida, los recursos de la persona para ocuparse de ella, el contexto en el que ocurrió, si se atendió en tiempo y forma, si esa persona estaba sola o acompañada, si es su primera experiencia o ha tenido una vivencia similar antes, qué memorias en su historia personal y familiar existe en relación al tema, entre muchos otros.
Es decir, si ampliamos nuestra mirada, sabremos que esa herida física no sólo afectará nuestro cuerpo, sino que, dependiendo su magnitud, también podrá tener una consecuencia para nuestro mundo emocional, mental y relacional. Por otro lado, la intensidad y el alcance de esta experiencia no se pueden medir objetivamente, sino que dependerán de un conjunto de factores internos y externos, materiales, contextuales, sistémicos, sociales y culturales.
Al igual que sucede con las heridas en el cuerpo individual, ocurre también en nuestro cuerpo colectivo. Desde la mirada sistémica, podemos decir que como individuos formamos parte de múltiples grupos, siendo el primero de ellos, nuestra familia. Conozcamos o no la historia de nuestros ancestros, ella habita en nosotros, afectando y moldeando nuestro presente de diversas maneras. Esta conciencia familiar es independiente de nuestra conciencia individual y funciona con sus propias reglas más allá de nuestras creencias, juicios o valores personales. Todo lo que hizo posible que la vida pulse en nuestro cuerpo, nos constituye, limitándonos o potenciándonos.
Por otro lado, este sistema familiar forma parte a su vez de un entramado mayor: una comunidad, un país, una cultura…que tienen cada uno su campo de memoria colectiva, con sus silencios y sus exclusiones, con sus lealtades y sus repeticiones, con sus identidades visibles e invisibilidades.
Desde nuestra perspectiva, abordarnos en esta complejidad es esencial, primero en nuestro propio trabajo personal y luego, en nuestros espacios profesionales. Requiere mucho trabajo interno, estudio, entrega, compromiso y, sobre todo, mucho respeto por lo que cada consultante trae.
Esta tarea, es un arte.
Cuando recibimos a una persona en nuestro espacio de trabajo, esta memoria individual y colectiva está presente en la habitación de múltiples maneras: en las tensiones de sus músculos, en la repetición de sus gestos, en el ritmo de su respiración, en la posibilidad o no de hacer contacto con nuestra mirada, en la distancia y la apertura de su cuerpo con el nuestro, en la desconexión o el desborde de sus emociones, en su relato con sus repeticiones u omisiones, en su capacidad o no de permanecer presente, en su pedido de ayuda, etc.
Las diferentes capas de estrés y trauma están presentes en todos los niveles: mental, emocional, físico, relacional y espiritual, ya que en nuestra vida cotidiana en general y en las profesiones de ayuda en particular, estamos en contacto con situaciones traumáticas continuamente: enfermedades, crisis económicas, pérdidas de hijos, diversos tipos de abusos, accidentes, guerras, catástrofes naturales, entre otros.
Sin embargo, aquí es necesario hacer un paréntesis y preguntarnos: ¿de qué hablamos cuando decimos Trauma?
En las últimas décadas, a través de diversos referentes provenientes del campo de la medicina, la psicología o las neurociencias-por mencionar sólo algunos como Peter Levine, Stephen Porges, Gabor Maté, Van der Kolk, Daniel Siegel, Thomas Hübl, – se comenzó a trabajar con abordajes integrales mente-cuerpo, que manifiestan clara y enfáticamente: para sanar un trauma, es imprescindible hacerlo desde un abordaje integral y sobre todo, conocer la fisiología del trauma en nuestro cuerpo y nuestro sistema nervioso, en el cual se dan las primeras respuestas de supervivencia que luego repercuten en todos los niveles y relaciones.
Por lo dicho anteriormente, es importante aclarar que cuando hablamos de Trauma no nos referimos al hecho o suceso en sí mismo, sino a nuestra capacidad de dar respuesta ante dicho suceso, es decir, nuestra capacidad de procesar e integrar dicha experiencia en nuestro sistema nervioso, en nuestra psiquis y nuestro mundo emocional.
Cuando una situación resulta abrumadora y no podemos responder ante ella luchando, defendiéndonos o huyendo (Sistema Nervioso Simpático), se activa otra respuesta de defensa: nos disociamos, entumecemos, congelamos y paralizamos (Sistema Nervioso Parasimpático), generando una fragmentación interna que nos permite sobrevivir.
Nuestro sistema nervioso es un mapa sagrado, que nos conduce a descubrir el tesoro de nuestra conexión con la vida.
Gracias al funcionamiento de este sofisticado cableado interno, somos capaces de generar conexiones con nosotros mismos, de crear lazos relacionales saludables, de sentirnos seguros en el mundo que habitamos, de poder expresarnos y comunicarnos genuinamente, de sentir empatía y deseo de ayudar a otros. Como así también, gracias a esta inteligencia nerviosa somos capaces de protegernos, de desconectarnos cuando algo nos abruma y no podemos soportarlo, de defendernos del peligro o salir huyendo antes de que nos lastimen.
El trauma puede ser vivenciado por el consultante (un abuso, un accidente o un trauma de apego, por ejemplo) o puede ser un trauma sistémico o colectivo (la guerra o la inmigración, por ejemplo) que se manifieste individualmente hoy día en el consultante, por haber permanecido congelado transgeneracionalmente. Es decir, nacemos dentro de matrices traumatizadas, que se han vuelto normales, pero que inconscientemente, afectan de múltiples maneras en nuestro presente.
El trauma es pasado congelado en nuestro presente. Es esta herida que nosotros o nuestros antepasados no han podido mirar e integrar, cuyas consecuencias siguen afectándonos hoy día.
¿Cómo se expresa en el cuerpo, en las emociones y los pensamientos y cómo afecta al campo relacional? Lo traumático se manifiesta de diversas maneras: hiper o hipoactivación, tensiones crónicas, diferentes niveles de disociación, fragmentación, incoherencia entre lo que sentimos, pensamos y hacemos, aislamiento, estrés, ansiedad, adicciones, enfermedades, falta de conexión con el propio deseo y la propia vida, entre otras.
¿Para qué nos puede servir conocer más sobre este tipo de abordajes?
En primera instancia, considero que saber sobre el funcionamiento de nuestro sistema nervioso y la respuesta ante situaciones traumáticas y estresantes, es de vital importancia para nuestro autoconocimiento y desarrollo personal. En una cultura y un sistema educativo occidental y cartesiano, en donde nuestros campos de conocimiento fueron fragmentados y nuestro raciocinio fue sobrevalorado por encima del lenguaje de nuestras sensaciones, percepciones, emociones e intuiciones, creo que recuperar esta sabiduría interna es esencial en nuestro contexto y sus necesidades actuales.
Por otro lado, como profesionales, comenzar a conocer dichos abordajes es una vía hacia poder crear espacios seguros y cuidados con el consultante. Si tenemos en cuenta que el estrés y el trauma generan aislamiento, disociación, tensión, quiebre en los canales de comunicación internos y externos, descorporeización, etc., es preciso cuidarnos a nosotros como terapeutas, al consultante y a la relación creada entre ambos.
¿A qué nos referimos con cuidar? Poder permanecer en contacto y presencia con lo que emerge, para crear un espacio seguro y así, evitar posibles activaciones y retraumatizaciones; derivar a otro profesional especialista en el tema si es necesario; tener en cuenta la interrelación compleja entre lo individual, lo sistémico y lo colectivo; reconocer nuestros límites y los límites de la ayuda como facilitadores o terapeutas.
Para ello, nos proponemos compartir algunos recursos que nos permitan ampliar nuestra perspectiva y nutrir nuestra caja de herramientas personal y profesional. Crear espacios seguros para atestiguar en relación, los hechos que en el pasado excluimos. Ser testigos nos abre la puerta a mirar lo que sucedió, darle entidad, volver a hacer contacto e integrarlo. Poder presenciar aquí y ahora, dándole cuerpo a las experiencias abrumadoras que en el pasado hicieron que nos desconectáramos y aisláramos, nos disociáramos y silenciáramos.
“La esperanza radica en saber que, si bien las experiencias tempranas dan forma al sistema nervioso, las experiencias actuales pueden remodelarlo” Deb Dana en La Teoría polivagal en terapia.
Mora Salzman